Sunday, May 1, 2016

Suxo, el último boliviano en sufrir la pena de muerte



La violación, tortura y asesinato de María Cristina, de cuatro años, conmocionó a la población boliviana en 1972. El caso abrió entonces el debate sobre la pena de muerte, mismo que derivó finalmente en el fusilamiento del asesino de María Cristina: Melquiades Suxo, el último boliviano en morir bajo la pena capital.



“Un trago”. Ése es el último deseo de Melquiades Suxo Quispe antes de morir. Son las 5.10 del jueves 30 de agosto de 1973. La Paz dormita aún, mientras el campesino de 54 años sorbe un gran vaso de singani Tres Estrellas. A unos metros de su celda, en el sector “La Muralla” del penal de San Pedro, se preparan los hombres que dentro de unos minutos acabarán con su vida: un pelotón de fusilamiento conformado por 10 gendarmes.

Clemencia

Ninguno de los protagonistas de esta historia lo sabe, pero Suxo se convertirá en el último boliviano en ser ajusticiado de forma legal, bajo el castigo de la pena capital. El anuncio de la sentencia, meses antes, había polarizado al país. Unos se mostraban en contra y, los más, a favor del fallo judicial. Notas de análisis y peticiones de clemencia dirigidos al presidente de facto, Hugo Banzer, cargaron de tinta las páginas de la prensa de la época.

Pero el destino de Suxo estaba sellado. Nada podía aplacar los deseos de venganza y la indignación generalizada que provocaba el recordar su crimen. “El delito múltiple en que incurrió Suxo es horrendo, propio de la voracidad morbosa de un ignorante o de un criminal nato”, se escribió un día antes del fusilamiento en el periódico El Diario.

Originario de Pacajes, Melquiades trabajaba como recolector de arena en Chuquiaguillo. Domiciliado en Alto Miraflores, Suxo vivía junto a sus dos hijos: Nazario de 17 años y Dionisia de 14. “Por una serie de factores dignos de ser analizados por especialistas en problemas psiquiátricos, padre e hijo habían hecho de Dionisia el blanco de torpes instintos sexuales”, se lee en los antecedentes del caso, recuperados en la investigación monográfica La pena de muerte en la legislación boliviana, realizada por el abogado Alan E. Vargas Lima.

Los hechos

Según las investigaciones policiales, en 1972 (no se menciona la fecha exacta) los Suxo secuestraron a María Cristina Mamani Leiva de 4 años. Padre e hijo ultrajaron por varios días a la niña, hasta que ésta murió el martes 8 de octubre. Su cuerpo fue encontrado abandonado un día después. La necropsia practicada a la víctima reveló el horror que vivió en la casa de los Suxo. El forense Emilio Guachalla informó a las autoridades judiciales que María murió por un shock traumático crónico múltiple, “a raíz de los innumerables castigos y vejámenes que sufrió”. Recibía alimentación defectuosa y al mismo tiempo era “castigada con severidad y sadismo”. Así lo evidenciaron las marcas de objetos contundentes, hebillas de correa y mordeduras en el cuerpo de la occisa. Asimismo, se constató la total ruptura del himen de la niña a consecuencia de los reiterados y continuos estupros de que fue víctima por parte de Melquiades y de Nazario.

Tras 11 meses de juicio, en diciembre de 1972, se dictó sentencia: “En nombre de la nación boliviana y por la potestad que ella le confiere (...) se condena a Suxo a la pena de muerte mediante fusilamiento a efectuarse fuera del radio urbano y cerca del lugar de los hechos, en forma pública por su condición de autor principal de la comisión de los delitos de violación y asesinato”. Su hijo, Nazario, fue condenado a 20 años de confinamiento, por ser menor de 17 años. Y Dionisia recibió cuatro años de reclusión por el delito de rapto.

Los abogados de Suxo apelaron el fallo, pero éste fue ratificado por la Corte Suprema. Los expedientes del caso pasaron entonces a manos del presidente Banzer, única autoridad habilitada para conmutar dicha pena. Pero, el 28 de agosto de 1973, el Mandatario determinó “que se cumpla y ejecute la sentencia (...), junto al sincero deseo de que la majestad de la justicia boliviana consiga con sus fallos la vigencia del respeto a la vida (...), resguardando sobre todo a la mujer y a la niñez boliviana”.

A las 5.30 del jueves 30 de agosto, Suxo inicia el camino hacia la muerte. En el patio de “La Muralla” le aguardan los 10 guardias a quienes segundos antes se les distribuyó 10 cartuchos: cinco de fogueo y cinco de guerra. A las 5.45 todo acabará para Melquiades, cuando el jefe del pelotón de carabineros le dispare en la cabeza el tiro de gracia. “La imagen de una niña maltratada, la sombra de un delito monstruoso parecía mitigar la responsabilidad de los representantes de la ley que dejaban translucir una pena que ni siquiera pudo ocultar la palabra del ‘deber cumplido’”. (Crónica publicada en el periódico Hoy, el día de la ejecución).

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